adoración de los pastores Honthorst nacimiento Jesús de Nazaret

La adoración de los pastores (1622), óleo de Gerald van Honthorst (1592-1656), Museo Estatal de Pomerania, Greifswald, Alemania. Este episodio descrito en el Evangelio de Lucas se sitúa inmediatamente después del nacimiento de Jesús de Nazaret, cuando los pastores, tras recibir el mensaje angélico de que el Mesías ha nacido, acuden al portal de Belén.

Así pues, si formulamos a cualquier conocido la pregunta: ¿cuándo y dónde nació Jesús de Nazaret?, es probable que su respuesta sea rápida y llena de seguridad: Jesús nació en Belén de Judea el 25 de diciembre del año 1 a. C., seis días antes del cambio de era. Pero, ¿es ésta una respuesta exacta? ¿En qué datos se basa? ¿Qué sabemos realmente sobre el nacimiento del predicador galileo Yeshua bar Yosef?

Para abordar esta cuestión, lo primero que hay que decir es que las pocas informaciones que tenemos al respecto proceden únicamente de dos textos, los evangelios de Mateo y Lucas, escritos aproximadamente entre el año 80 y 90 del siglo I d. C.; es decir, unos cincuenta años después de la muerte de Jesús y unos ochenta después de los hechos narrados sobre el nacimiento de este. Los textos más antiguos del Nuevo Testamento, las siete cartas de Pablo consideradas auténticas (1 Tesalonicenses, Gálatas, Filipenses, Filemón, 1 y 2 Corintios y Romanos) y el evangelio más antiguo, el de Marcos, no aportan ninguna información al respecto.

Esta aparente ignorancia de Marcos y Pablo de Tarso puede parecer sorprendente, pero hay que tener en cuenta que, para los primeros cristianos, el mensaje de Jesús era la llegada del Reino de Dios de manera “inminente”. En ese contexto, los primeros seguidores del nazareno no mostraron especial interés en recordar momentos concretos de los hechos y dichos del Maestro. Cuando comenzó a pasar el tiempo, el Reino no llegó y empezaron a morir aquellos que habían conocido personalmente a Jesús, surgió la necesidad de dejar por escrito todo lo que se sabía sobre él para poder transmitirlo a las siguientes generaciones.

Herodes, el Mesías y el censo de Quirino

Los relatos de los llamados Evangelios de la Infancia, el de Mateo (capítulos 1 y 2) y el de Lucas (capítulos 1 al 3), nos ofrecen dos anclajes cronológicos: el primero, que aparece en Lucas 1.5 y en Mateo 2.1, afirma que Jesús nació en tiempos del rey Herodes el Grande (40-4 a. C.), y el segundo, en Lucas 2.1-2, que coincidió con el censo que, en tiempos de Augusto, Quirino llevó a cabo en la provincia romana de Siria, y del que también tenemos noticias por Flavio Josefo, historiador judío del siglo I d. C. que, tanto en sus Antigüedades de los judíos XVII.355 y XVIII.1.2.26.102 como en su Guerra Judía VII.253, menciona este censo y destaca su carácter novedoso y sin precedentes. Ahora bien: se sabe con absoluta certeza que Quirino solo fue gobernador de la provincia de Siria (que en ese momento ya incluía Judea) en el año 6 de nuestra era. Así pues, las dos noticias, el reinado de Herodes y el censo de Quirino, son incompatibles desde un punto de vista cronológico.

matanza de los inocentes rubens jesús de nazaret herodes

La matanza de los inocentes (1611), óleo sobre tabla de Peter Paul Rubens (1577-1640), Art Gallery of Ontario, Canadá. Herodes el Grande es un personaje con muy mala fama en la tradición bíblica –y por supuesto en la tradición cristiana posterior a la vida de Jesús de Nazaret– en especial debido a este particular episodio, si bien sin duda se trata de un relato mítico que no guarda veracidad histórica.

No obstante, se puede explicar la mención del censo como un recurso del evangelista Lucas para justificar la presencia de José y María lejos de su lugar de residencia en Galilea y su viaje hasta Belén, todo ello para hacer que se cumplieran las palabras del profeta Miqueas, que aseguraba que el Mesías habría de nacer en la ciudad natal del rey David:

«Pero tú, Belén de Efratah, aunque pequeña para figurar en los clanes de Judá,
de ti me saldrá quien ha de ser dominador de Israel,
cuyo origen viene de antaño, desde los días antiguos». (Miqueas 5.1)

Más allá de estos versículos, a nadie se le escapaba que Belén había sido la cuna del rey David y que, por lo tanto, resultaría lógico que también naciese en esa ciudad el Mesías, descendiente de aquél y en el que se encarnaba la promesa hecha a este rey por Dios:

«Cuando tu vida llegue a su fin y vayas a descansar entre tus antepasados, yo pondré en el trono a uno de tus propios descendientes, y afirmaré su Reino. Será él quien construya una casa en mi honor, y yo afirmaré su trono real para siempre. Yo seré su padre, y él será mi hijo. Así que, cuando haga lo malo, lo castigaré con varas y azotes, como lo haría un padre. Sin embargo, no le negaré mi amor, como se lo negué a Saúl, a quien abandoné para abrirte paso. Tu casa y tu Reino durarán para siempre delante de mí; tu trono quedará establecido para siempre». (2 Samuel 7.12-16)

Pero no solo el lugar de nacimiento es fruto de la necesidad de situar a Jesús dentro del esquema del esperado Mesías, sino que hay otros elementos de la historia que cumplen esta misma función. Cuando los magos de Oriente se presentan ante Herodes para preguntarle por el recién nacido, el rey, asustado ante la posibilidad de perder su trono, ordena el asesinato de todos los niños menores de dos años de Belén. Resulta sorprendente que Flavio Josefo, enemigo acérrimo de Herodes el Grande, no consigne este hecho en sus obras, cuando puso el mayor empeño en citar, uno por uno, todos los crímenes imputables al monarca idumeo. ¿Cómo se explica pasar por alto semejante masacre, la prueba concluyente de la abyección de Herodes? Sencillamente, porque nunca sucedió. Hay que hacer notar la similitud entre este episodio y otro del Antiguo Testamento, en Éxodo 1, sobre el nacimiento de Moisés, donde el faraón ordena la muerte de todos los niños hebreos de su reino. El propósito de esta narración es doble. Por una parte, al atribuir el crimen a Herodes, se proporciona un marco histórico adecuado y creíble a la profecía:

«Una voz se oyó en Ramá,
Un llanto y un gran lamento:
Raquel llorando a sus hijos
¡Y no quería consolarse, porque ya no existen!» (Jeremías 31.15)

Este versículo, trasladado al Nuevo Testamento, identifica a Raquel con el pueblo de Belén, donde se encuentra su tumba. Y así, los hijos de Raquel son los niños asesinados en Belén por orden de Herodes.

Por otra parte, se adivina en Mateo una intención de presentar a Jesús como el “nuevo Moisés”, que promulgará (en concreto en el sermón de la montaña) una ley que superará la que este recibió en el Sinaí. De ahí que ambos personajes vivan también situaciones paralelas en sus primeros momentos de vida.

Fuera de estas menciones en los llamados Evangelios de la Infancia de Mateo y Lucas, todos los indicios del resto de textos evangélicos apuntan en otra dirección diferente a Belén: Jesús nació probablemente en Galilea, unos trescientos kilómetros al norte de Jerusalén y de la propia ciudad natal de David. En numerosas ocasiones recibe el nombre de Iesous ho nazarenos, o bien ho Nazoraios, lo que, para algunos, significa que era natural de Nazaret, en Galilea, que se suele citar como patria de Jesús y su familia (“y llegó a Nazaret, donde se había criado”, Lucas 4.16, aunque nótese que no dice que naciese allí).

El calendario festivo

Una vez establecida la dificultad del dato de Belén, hay que añadir que la fecha de nacimiento coincidiendo con el censo de Quirino se contradice igualmente con otro dato que nos ofrece el mismo evangelista; a saber, que Jesús tenía unos treinta años cuando comenzó su predicación (Lucas 3.23). Asumiendo que esta duró unos tres años, y que fue crucificado siendo gobernador de Judea Poncio Pilato (26-36 d. C.), deberemos situar su nacimiento entre los años 7 a. C. y 3 d. C., lo que, en las fechas más bajas nos sitúa en el reinado de Herodes pero en ningún caso lo ponen en relación con el censo de Quirino.

En realidad, la cuestión sobre la fecha exacta del nacimiento de Jesús preocupaba bien poco a los primeros cristianos de los siglos I y II d. C., y su establecimiento fue, en primera instancia, una cuestión de política religiosa. Ocurrió del siguiente modo.

En la Roma imperial, existían dos celebraciones que coincidían con las últimas semanas del año. La primera, entre el 17 y el 23 de diciembre, eran las Saturnales (Saturnalia en latín), que se celebraban en honor a Saturno, dios protector de los sembrados, y festejaban el final de los trabajos en el campo hasta la siguiente primavera (véase “De ricos a pobres y viceversa. La fiesta romana de las Saturnalias” en Arqueología e Historia n.º 7). Eran unos días de banquetes públicos, fiestas, adornos vegetales en las casas, intercambio de regalos y cierta permisividad moral, hasta el punto de que amos y esclavos llegaban a intercambiar sus papeles y obligaciones durante estas fechas. Las Saturnales eran unas fiestas que contaban con un gran arraigo popular, por lo que su supresión una vez convertido el Imperio al cristianismo se antojaba, como mínimo, complicada.

La festividad coincidía con el solsticio de invierno, momento a partir del cual los días comenzaban a ser otra vez más largos, dando por terminado el período de “oscuridad” y abriendo el camino a un disfrute cada vez mayor del sol. No debe extrañar, por lo tanto, que se reservara un día al final de las Saturnales, en concreto el 25 de diciembre, para celebrar el nacimiento del Sol Invicto (Natalis Solis Invictis). Se puede leer en numerosos foros que el 25 de diciembre era también la fecha señalada para el nacimiento del dios solar persa Mitra, aunque lo cierto es que no existe ningún documento o resto antiguo que confirme esta afirmación.

Mitra

Relieve romano, fechado probablemente en el siglo III, representando a la característica imagen de Mitra sacrificando el toro, una de las más repetidas en la iconografía romana imperial. La inscripción grabada en la parte inferior: “Soli invicto deo / Atimetus Aug(ustorum) n(ostrorum) ser(vus) act(uarius) / praediorum Romanianorum” indica su dedicación al Sol Invicto (representado en la parte trasera con la corona de rayos) por parte de dos esclavos imperiales. La fiesta del Sol Invicto se celebraba justo en los días posteriores al solsticio de invierno, cuando la luz solar iba en aumento y el sol “renacía”. El culto a Mitra, fuertemente relacionado con el del sol, cobró gran relevancia en el Imperio sobre todo a partir del siglo II, y al tratarse de un culto mistérico en buena medida practicado en templos construidos bajo tierra y asociado a una divinidad de origen oriental relacionada con el ciclo de la muerte y resurrección, sus analogías con el cristianismo de la época, dentro de un contexto romano, resultan evidentes. Pese a ello, existió una fuerte rivalidad entre ambas prácticas que terminó con la imposición cristiana, que percibía los ritos mitraicos paganos como una perversión maléfica de los suyos propios. Museo Pio Clementino. © Wikimedia Commons / CC BY 3.0 / Marie-Lan Nguyen

Sea como fuere, cuando, a partir del año 325 d. C. todo el imperio adoptó el cristianismo como religión oficial, se tardó poco tiempo en suplantar estas fechas por otras de base cristiana y contenido muy similar. Y así, en 350 d. C. el papa Julio I ya sugirió que se celebrase el nacimiento de Jesús el día 25 de diciembre, y cuatro años más tarde, su sucesor Liberio decretó oficialmente aquel día para la celebración. Al fin y al cabo, ¿qué mejor fecha para conmemorar el nacimiento del “verdadero sol” que era Jesús que la ya existente del Sol Invicto?

Lo que subyace aquí es una imposición de unas festividades cristianas de nuevo cuño sobre las tradicionales fiestas paganas, del mismo modo que, a lo largo y ancho de todo el mundo cristiano, las iglesias y catedrales fueron construidas a menudo sobre templos paganos o muchos santos representan, en realidad, antiguas divinidades o mitos grecolatinos o nórdicos. De ese modo, la gente adoptaba de mejor grado la nueva religión sin la sensación de pérdida de sus costumbres más arraigadas. Todos contentos.

Cuestión de cálculo

Así pues, para el siglo IV ya se había establecido la fecha de nacimiento de Jesús en el 25 de diciembre. Pero, ¿de qué año? La pregunta tuvo una respuesta de manera indirecta en el siglo VI. Para ese momento, las iglesias de Oriente y Occidente ya habían comenzado a marcar territorio y mostrar sus diferencias, y la fijación de una fecha para la celebración de la fiesta de Pascua, en la que había tenido lugar la muerte y resurrección de Jesús, no fue una excepción.

En 526, el papa Juan I quiso poner fin a la polémica con la iglesia oriental y encargó a un monje escita (de la actual Bulgaria o Rumanía) que vivía en Roma que determinara la fecha exacta del nacimiento de Jesús. El monje en cuestión, que tenía fama de ser “el abad más erudito de Roma”, se llamaba Dionisio y era conocido con el sobrenombre de el Exiguo, probablemente por su pequeño tamaño.

dionisio el exiguo

Dionisio el Exiguo fue el responsable del cálculo de la fecha de nacimiento de Jesús por encargo del papa Juan I. Casiodoro, que era amigo personal y discípulo de Dionisio y escribió sobre él en sus Institutiones divinarum et saecularium litterarum, no menciona los trabajos que este realizó pocos años antes en relación con el calendario cristiano, aunque la obra lo señala como un gran erudito, como demostró a través de la traducción de varias obras griegas al latín o sus contribuciones a la ley canónica y la recopilación de decretos sinodales y constituciones papales. Icono rumano contemporáneo.

Dionisio era, entre otras cosas, un experto en cálculos astronómicos, herramienta necesaria para calcular la fecha exacta de la Pascua judía, puesto que los meses judíos son lunares y la fiesta se celebraba el día 14 del mes judío de Nisán. Este es el origen del problema, pues los años lunares son más breves que los solares, y si no se establece una equivalencia exacta entre ambos, con los años se va creando un asincronismo cada vez mayor, tal como estaba sucediendo en aquel momento.

Por si esto fuera poco, para realizar sus cálculos, Dionisio tenía que lidiar también, por una parte, con los calendarios lunares y, por otra, con un calendario solar juliano que no era tan perfecto como el actual gregoriano. Además, existían diferentes formas de computar el inicio de los años (podía ser, entre otras posibilidades, ab urbe condita, es decir, desde la fundación de Roma en 753 a. C., o bien desde el inicio de reinado de Diocleciano en 284 d. C. o incluso desde la creación del mundo según la Biblia en 3760 a. C.).

Los cálculos de Dionisio le llevaron a una fecha coincidente con los últimos días del año 753 desde la fundación de Roma como el del nacimiento de Jesús. Pero su aportación no quedó ahí. Incómodo ante la perspectiva de fechar el nacimiento de Jesucristo tomando como referencia la fundación pagana de una ciudad o el reinado de un emperador que había perseguido a los cristianos, Dionisio propuso contar los años a partir del nacimiento del Salvador. Y así, el natalicio de Jesús quedó establecido en el 25 de diciembre del 753 ab urbe condita, y el 1 de enero del año siguiente sería el inicio de una nueva forma de contar: el año 1.

Pero la fecha propuesta por Dionisio, basada en criterios astronómicos, no encajaba con las consideraciones históricas sobre las fechas de reinado de Herodes o del censo de Quirino. Caía cuatro años después de la muerte de Herodes y seis años antes del censo de Quirino. ¿Cómo era posible que Dionisio, famoso por su erudición, cometiera semejante error?

Hay dos posibles explicaciones. La primera sería admitir que errar es humano y asumir que Dionisio, sencillamente, se equivocó. La segunda es que Dionisio escogió conscientemente el año 754 ab urbe condita para iniciar su nueva era porque esos dígitos contenían unos números con un valor sagrado, en concreto el 7 y el 27 (múltiplo de 3 y 9). Si así fuera, 754 sería el resultado de 7 (centenas) + 27 + 27, un número perfecto para marcar el cambio de época iniciado con el nacimiento de Cristo.

Sea como fuere, la propuesta de Dionisio acabó por ser aceptada durante los siglos siguientes por todas las iglesias cristianas, y ha acabado por ser universalmente admitida como base cronológica en todo el mundo occidental. Pero ahora sabemos algo más. Si volviéramos a formular la pregunta del inicio, la respuesta ahora sería: Jesús nació aproximadamente en el año 3753 desde la creación del mundo, que fue el trigésimo tercer año de reinado de Herodes en Judea, y también el vigésimo año del imperio del emperador Octaviano Augusto en Roma y el 747 ab urbe condita (7 a. C.), en Nazaret, Galilea.

Bibliografía

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  • Declercq, G. (2000): Anno Domini: The Origins of the Christian Era. Turnhout: Brepols Publishers.
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  • Piñero, A. (2006): Guía para entender el Nuevo Testamento. Madrid: Trotta.
  • Piñero, A. (2008): Año 1. Israel y su mundo cuando nació Jesús. Madrid: Laberinto.
  • Strevens, L. H. (2005): The History of Time: A Very Short Introduction. Oxford: Oxford University Press.

Javier Alonso López es filólogo semítico, historiador y biblista, y lleva más de un cuarto de siglo dedicado al estudio del antiguo Israel y la historia bíblica, anto del Antiguo como del Nuevo Testamento, así como de las tres grandes religiones del libro: judaísmo, islam y cristianismo primitivo. Ha participado en varias campañas arqueológicas en Israel, y en la actualidad compagina su trabajo como profesor de la IE University con diversas formas de divulgación histórica, desde seminarios hasta viajes al Próximo Oriente. Es autor de numerosos libros y artículos sobre temas de historia y arqueología de Israel, y colabora habitualmente con varios programas de radio y de televisión de temática histórica.

Este artículo apareció publicado en el Arqueología e Historia n.º 17 como adelanto del siguiente número, el Arqueología e Historia n.º 18: El Jesús histórico.

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